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sábado, 6 de diciembre de 2014

DEL CORAJE POLÍTICO

 

La gente de la calle también opinamos. Esto, que es obvio, no lo entienden los políticos. Nos ignoran, aunque digan que no. Ellos están a otra cosa. Ellos están a ganar elecciones solamente, a conseguir el poder. Todas las iniciativas que toman se fundamentan en cálculos electorales. Para ellos lo primero no es el bienestar del país sino, repito, ganar elecciones y perpetuarse en el poder.

Podríamos pensar que los partidos quieren ganar elecciones para poder ejecutar sus programas. Falso. Una vez que consiguen el poder, los programas electorales ya no importan. Por ello cualquier medida que deban tomar tiene que pasar antes por el filtro electoralista, y si este filtro dice que podría restar votos, pues no se adopta. Es algo así como lo que decía Groucho Marx: "Estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros" .

Este gobierno cuenta con mayoría absoluta porque así lo han querido los ciudadanos. Pero después de transcurridas las tres cuartas partes de la legislatura, lo que se palpa en la calle es la decepción. Y esto no debería ser así ya que, al menos una cosa ha funcionado: los problemas económicos se encauzaron razonablemente bien. Pero los problemas de un país no son solamente los económicos. Hay muchos otros problemas que resolver que nos afectan y que no se han afrontado como se debería.

El más importante en este momento es sin lugar a dudas, Cataluña. Nos atañe directamente a todos, no solamente a nosotros los españoles sino también al resto de los europeos. Los países de nuestro entorno no es que estén alarmados pero no nos pierden ojo. Y la solución está ahí, a la vista, pero no se adopta porque no hay coraje político para aplicarla. Me refiero a la inhabilitación política de los responsables. Nada más que eso. Basta con aplicar la Ley.

Vinculado con lo anterior, por no decir que es el origen de todo esto, está la reforma administrativa del Estado. Hay que optimizar la Administración: Ayuntamientos, Diputaciones, Parlamentos autonómicos, eliminando lo que no proceda e integrando lo que haya que integrar. Pero esto tampoco se quiere solucionar. Significa enfrentarse con otros partidos y eso no interesa, restaría votos. Otra vez hablamos de falta de valor político.

Separación de poderes. Es de todos conocido que la larga mano de los partidos toca también a las instituciones del poder judicial. Desconfiamos que cuando a una personalidad de Cataluña, por ejemplo, se le tenga que juzgar en los tribunales de su comunidad autónoma, el resultado sea totalmente justo y neutral. Desconfiamos, y esto no debería ser. O cuando a un político de determinado partido le tengan que juzgar los que fueron nombrados por dicho partido, también desconfiamos. ¿Por qué entonces esto que está tan claro no se hace? La respuesta es la misma: falta de valor.

Valor político también para acometer los casos de corrupción, para presentar propuestas sociales, aunque no sean del agrado de la oposición. Pensemos por ejemplo en la Ley de Huelga, en la reforma de la Ley Electoral, en la Ley del Aborto etc. etc. etc. La mayoría de los ciudadanos reclamaban estos marcos legales y ha faltado también coraje para implantarlos.

Y podríamos seguir. La lista es enorme pero quede como muestra lo expuesto. En resumen, desde la calle tenemos la sensación de que los políticos que nos gobiernan no han sabido o no han querido interpretar la voluntad de la mayoría, supeditando los programas a oscuros e inciertos cálculos electorales. Y esto nos parece mal, muy mal. Exigimos coraje político.

EL ESTADO AUTONOMICO

 

Algunos pensábamos al votar la Constitución, allá por 1978, que la solución de crear autonomías de la nada, que nadie había reivindicado y que por tanto no se precisaban, era un error. No obstante votamos a favor porque necesitábamos democracia. Durante un tiempo, bastante largo por cierto, vivimos con ese modelo e incluso llegamos a reconocer que el Legislador quizá tenía razón ya que aparentemente todo funcionaba. Pero no, no la tuvo y ahora están aflorando las consecuencias de aquella decisión.

En principio solamente los territorios que habían tenido sus Estatutos de Autonomía votados o plebiscitados durante la República, es decir, Cataluña (1932), País Vasco (1936), y Galicia (1936), eran los que iban a ser reconocidos como tales en la Carta Magna, que era lo lógico. Pero algunos redactores del Documento no estaban dispuestos a eso y llegaron a imponer su criterio, que se dio en llamar después el "café para todos".

Total, que nos hemos dotado con diecisiete administraciones paralelas al Estado (más dos ciudades autónomas) que están sangrando económicamente al Estado por todas partes y que cada año que transcurre se radicalizan más. Porque claro, vienen las comparaciones y las discriminaciones: que por qué a tal Autonomía se le transfiere tal cosa y a la mía no, etc.

Si España se hubiera configurado de la otra forma, es decir, de una nación con una administración central única que además albergara a tres territorios peculiares por lengua y tradiciones, quizá hoy no tuviéramos los problemas que tenemos. Pero eso es nostalgia del pasado y no nos lleva a ninguna parte. O a lo mejor sí, porque de los errores se aprende.

Desde el punto de vista económico la estructura del Estado es un desastre. Todos los años hay que hacer verdaderos malabarismos para que los Presupuestos salgan coherentes, cuando podía haber sido todo mucho más racional. Se reclaman infraestructuras porque no se puede ser menos que el vecino, al mismo tiempo que se introducen tasas e impuestos para a su vez diferenciarse más de él. O sea, optimizar los recursos de todos los españoles parece misión imposible .

Desde el punto de vista social ya vemos lo que ocurre: que los nacionalismos se exaltan y se reclaman independencias cuando el sentido común las rechaza. Porque una cosa es saber cuál fue nuestra verdadera Historia porque somos herederos de ella y otra muy distinta utilizarla como arma para decirle a los demás: Ojo, que nosotros somos diferentes.

Parece evidente que así no podremos continuar. Habrá que buscar soluciones, que seguro que las tiene que haber. Y todo tiene que girar en torno a la Ley. Por tanto, parece que la reforma de la Constitución es la única vía posible. Sin prisas pero sin pausas nuestras cabezas pensantes tendrán que redactar las enmiendas necesarias para que, al menos durante otros 36 años, podamos convivir como hasta ahora, en paz, que es lo que nos merecemos.